Como me case

par Michèle Anne Roncières

Traducido por Paty Lizaola

Segunda Parte

La recámara de Marie-Odile estaba bastante lejos en la misma ala, pero Daniel se orientó fácilmente en el dédalo de corredores e intersecciones, como si él hubiera vivido toda su vida ahí. Tocó suavemente en una puerta y sin esperar respuesta me hizo entrar.

Marie-Odile estaba ahí, parada, apoyándose en dos muletas. Me costaba trabajo darme una idea de su físico: su yeso terminaba adonde empezaban los vendajes, y cualquiera habría pensado que era una momia egipcia, cuando menos de cara: Un solo ojo, el izquierdo, dejaba libre su máscara blanca; las orejas e incluso la nariz estaban cubiertos. Únicamente algunos mechones de pelo emergían aquí y allá.

Daniel me dijo suavemente:

- "Ella no oye muy bien a causa de todo eso...Te voy a presentar y le voy a decir que encontré una solución?.

- Se dirigió hacia ella y le habló, como se le habla a un sordo, lentamente y fuerte, a través de una abertura que descubrió entre las vendas a la altura de la oreja:

-Marie-Odile... le presento al amigo de quién tanto le he platicado (mirada desdeñosa en su único ojo)... - "Así es como le vamos a hacer...?

Daniel comenzó sus explicaciones, y yo que vigilaba ese ojo temible de Marie-Odile, lo vi pasar por todas las miradas posibles, desde la sorpresa hasta el odio, y hasta que Daniel llegó al punto crucial, ya no expresó nada y se derrumbó en un gran estrépito de muletas y yesos, desmayada a más no poder.

-"Yo creo que ella está de acuerdo?, aseguró Daniel?

-"¿Estás seguro??

-"Evidentemente: ella será de la misma opinión que sus padres...y sus padres ya aprobaron mi plan... pero a ella no le habían dicho nada, para no alterarla...?

-"Pues bien, se logró...dime, hay un detalle en el cual no has pensado...?

-"¿Cuál??

-"Marie-Odile es rubia y yo morena...En fin, moreno, quiero decir; no, mas bien morena.?

-"Poco importa, llevarás una peluca, la misma que ella habría llevado. No, lo que me inquieta más bien... es la barba y el bigote...?

-"Pero... yo no tengo barba ni bigote, protesté un poco herido?

-"Bueno, tú no... pero ella sí...?

- Me señaló con el dedo, unos largos pelos negros que empezaban a abrirse camino a través de los vendajes.

-"Una ligera enfermedad...desajuste hormonal, yo pienso... de poco peso cuando contemplas su fortuna, ¡Lástima! Ni modo, diremos que encontraste un tratamiento milagro de último minuto...?

- Mientras hablábamos, tratábamos de reanimar a Marie-Odile, pero en vano... Daniel habló de ir a buscar un frasco de sales, pero como ella no habría podido respirarlas plenamente a causa de su máscara, abandonó la idea. Cuando menos decidimos subirla a la cama, a lo que tuvimos que renunciar también, debido al peso de la damisela, agravado por sus yesos...

-"Iré a buscar gente al rato dijo Daniel. Por el momento, el tiempo apremia: son las nueve y media: tienes solamente una hora para prepararte.?

-"Pero Daniel, no tengo nada a la mano... ¡maquillaje, joyas, nada!?

-"No te preocupes por eso, todo el taller de Givendiorel está aquí al lado con el vestido que vas a llevar; están las costureras y las maquillistas de las pasarelas. En cuanto a las joyas, la familia te las va a prestar...Ves que no hay razón para inquietarse. ¡Vamos, hay que darse prisa!?

Abandonamos la pieza, dejando a Marie-Odile descansando... Yo sentía que Daniel, aparentemente calmado, cada vez estaba más nervioso. Después atravesar otra vez una cantidad interminable de antecámaras, llegamos por fin a un vasto vestíbulo donde se daba prisa todo tipo de gente, y fuimos a encontrar a una señora de unos cincuenta años, que era la costurera en jefe de los Establecimientos Givondiorel y se llamaba Hilda.

Daniel le explicó su proyecto en un dos por tres, sin provocarle la mínima reacción: sin duda ya había visto otros casos parecidos. Y después de todo, ¿no es cierto que el cliente es rey, y con mayor razón en Versalles?

-"No perdamos tiempo, joven?, me dijo, mientras me evaluaba con la mirada?.

-"¡Desvístase para que podamos empezar los retoques!?

- Al estarlo haciendo, vi hacia un lado para ver donde podría poner mis calcetines y alcancé a ver sobre un maniquí de madera, la Maravilla de Maravillas, el vestido que habían preparado para Marie-Odile, el vestido de novia que yo iba a llevar: Inspirado en el siglo XVIII, sin duda para responder a los deseos de las familias. Era un triunfo de materiales nobles y delicados, con la estructura y diseño más armonioso que hubiera jamás visto. Y la cola ¿Cuántos metros media? Tenía cortado el aliento. Me vino la idea de que este traje de novia no sería jamás para Marie-Odile. Unas obreras estaban ya descosiéndolo.

-"¡Apúrese par favor!? me urgió Madame Hilda.?¡Usted tendrá todo el tiempo para admirarlo mas tarde, y sobre todo, de más cerca!?

- Continué con mi inmundo "streap-tease?, durante el cual me iba quitando los calcetines agujereados, la camisa arrugada y el pantalón amorfo, soñando en el momento en que me pondrían ese vestido magnifico que sólo había logrado entrever.

-"¡Está bien!?, - dijo Madame Hilda -"¡Usted no esta tan malhecho para ser un hombre!?

- Como si ellas estuvieran solamente esperando esa señal, cinco o seis muchachas se acercaron y me enlazaron con sus cintas métricas, tomando medidas en todos los sentidos y en todos los lugares. Después me hicieron pasar dentro de una especie de armadura de madera suave, "las canastas del vestido?

- "¡Esto debe ser poco habitual para usted! pregunté?.

- "Bueno, no es muy común pero tampoco excepcional...?

- Habiéndose justo eclipsado las obreras un momento, regresaron con pedazos del vestido en las manos, y comenzaron a aplicármelos por todas partes.

-"¿Cree que me quedará??

-"Lo amos a cose soe uste; eidenteente no eerá hacer oientos amblios, beo le gaantizo que le quedaá? - Respondió Madame Hilda con la boca llena de alfileres.

Temiendo un accidente las dejé trabajar, a ella y a su equipo. No sé si ustedes ya han vivido esa experiencia de hacerse coser sobre ustedes, pieza por pieza, las ropas que van a llevar... ¡Les puedo asegurar que es una sensación única e inimaginable! Estaban cosiéndome la espalda cuando me di cuenta que Daniel ya no estaba, entonces me volvió a atacar el pánico.

-"¿Donde esta Daniel?? pregunté

Madame Hilda que ya no traía sus alfileres en la boca y examinándome con un ojo profesional me dijo:

-El fue a preparase: ¡Figúrese que a él también lo tienen que vestir?!

Casi no tuve tiempo de dar libre curso a mi renaciente angustia, ya que las maquilladoras, que se impacientaban, se presentaron exigiendo y obteniendo el acceso a mi cara, desde el momento que vieron que el vestido estuvo terminado. Después de protegerlo con pedazos de tela dispares, comenzaron a aplicarme una base de maquillaje, pidiéndome que cerrara los ojos, y ya no vi nada.

Cuando los pude abrir, el vestido estaba por fin ajustado y se me permitió echar un vistazo en un gran espejo. Me llevé la sorpresa así como el alivio al verme convertida en otra persona: toda mi silueta transformada y salvo que alguien reconociera mi cara, ¡nadie podría dudar que yo era una mujer!

Madame Hilda sorprendió mi expresión:

-"¡Se lo dije! ¡Soy la reina de los retoques!? - Exclamó satisfecha.

- "Sin embargo, ¿es frecuente que tenga que hacer tantos retoques y tan importantes como en este caso??

- "¿Qué se piensa usted? ¿Que todas las clientas de la Alta Costura, desfilan en las pasarelas para la presentación de nuestras colecciones? ¡No podría estar más equivocado! ¡Si se imaginara lo que tengo que hacer algunas veces! Se lo digo francamente: un vestido como éste, prefiero verlo incluso sobre un hombre como usted, que sobre una de esas viejas gordas cosidas de oro que nos dan para vivir. Al menos, no me avergüenza mi trabajo, ¿No es cierto chicas??

- Las muchachas soltaron unas risitas y se dispersaron por la sala. Madame Hilda me guió a un rincón de la pieza donde había un sofá. Me mostró como sentarme con mi vestido y yo imité sus gestos con beatitud. Me sentía Madame Recamier posando para David, con la diferencia que el vestido Directorio de ella, me parecía mucho menos bello que el mío.

La jefa maquillista aprovechó entonces para venir a ocuparse de mí con una gran foto de Marie-Odile en la mano. Un rápido vistazo me confirmó que el sistema piloso de la pobre novia estaba más desarrollado que el del legendario Yeti del Himalaya. La maquillista, Madame Bertrand, sorprendió mi mirada y me tranquilizó:

-"Despreocúpese: no le voy a poner postizos?

-"Es terrible?, - me apiadé. - ¿Por qué no se quita ella todo eso? Madame Bertrand sonrió:

-"Dicen que la pobre es todavía mas fea sin que con... Bueno, ¿Empezamos? Había traído una navaja de rasurar pero veo que no es necesario... Voy a hacerle una cara que imitará la estructura ósea de la de ella, por cuestiones de parecido, pero quedará preciosa cuando haya terminado con usted.

- Así confiada, relajé los músculos de mi cara, cerré los ojos, una vez más, y me abandoné a los cuidados de mi buen hada. No había conocido nada tan agradable, ni más excitante a la vez, que sentir sobre la piel el trazo con los lápices y la caricia perfumada de los pinceles...Partiendo en un sueño, destronaba a la Pompadour, a la Du Barry, a La Montespan y a todas las ilustres damas que habían visto estos muros... En un momento dado, sintiendo que me hacían los labios retomé la conciencia y algunos instantes después me anunciaban: Muy bien, usted ha sido muy paciente... ¡Ahora vamos a ponerle la peluca?!

Dejando voluntariamente los ojos cerrados, sentí con delicia como me cubrían la cabeza con una suave funda... algunos ajuste más... y por fin me ordenaron que abriera los ojos...

Madame Bertrand me había colocado, sin prevenirme, un gran espejo justo enfrente, de tal manera que me vi bruscamente y creí que alguien estaba frente a mi y tan cerca que íbamos chocar; me hice para atrás instintivamente, lo que hizo reír a todo el mundo... pero cuando comprendí, reí yo también de mi reacción, no pude más que asombrarme de la transformación que había experimentado y extasiarme frente al talento de mi maquillista. Por primera vez en mi vida, yo me sentía bella, más bella de lo que nunca soñé.

Me pasaron mis guantes blancos, que me puse sin dificultad. Sintiendo el peso inhabitual de mi cabellera, moví mi mano en su dirección... "¡Sobre todo, no toque la peluca!: ¡tiene un chongo muy complicado!? exclamó Madame Bertrand.? Si usted siente que se deshace, venga conmigo lo más pronto posible?

-"¡Perfecto!? dijo una voz grave detrás de mi; ¡Absolutamente perfecto!?

- El señor se acercó a mi y se presentó: era el padre de Marie-Odile, que venía a buscarme para la ceremonia, acompañado de seis jovencitas vestidas de blanco: mis damas de honor. Era un hombre encantador y muy distinguido, que me hizo sentir a gusto de inmediato, asegurándo galantemente que jamás había creído que su hija pudiera estar tan esplendorosa como yo lo estaba hoy, opinión que, con gran deshonor para mi modestia, no estaba lejos de compartir.

Abrió lentamente un cofrecillo centelleante en su interior, y sacó de él una especie de río brillante que me pasó por el cuello. Sus luces casi me quemaban la piel, sorprendida por la frialdad de esas piedras deste- llantes, que seguramente habían pasado en la familia de boda en boda... Temblorosa de emoción, tomé el brazo que me ofreció mientras que Madame Bertrand revoloteaba alrededor de mí para un último retoque, recomendándome tal como la madrina de Cenicienta, venir sin falta a encontrarla cada dos horas para revisarme el maquillaje, cosa que prometí gustosa.

El brazo de mi padre no estaba de más, por las zapatillas que me habían puesto durante el maquillaje, y además a causa del velo, no veía gran cosa. Nuestra marcha debía ser de todas maneras lenta por las damiselas que sostenían mi cola.

Pasábamos por un pasillo, cuando una puerta se abrió: A través de los mil alveolos de mi velo, reconocí que había dado paso a "la momia? en muletas: Marie-Odile, que apenas repuesta, venía a ver que pasaba, atraída por el ruido. Supongo que se enteró ampliamente al vernos, porque inmediatamente se volvió a desmayar. Sustraída a nuestra vista por cuatro ujieres que sin duda Daniel había atado a su persona. Continuamos nuestra marcha, hasta que me di cuenta de que nos aprestábamos a entrar a la Capilla por una puerta lateral, de manera a evitar a la multitud que empezaba a desfilar por la entrada principal.

-"Vamos pronto a comenzar"- me susurró al oído, Monsieur Frémont-Beauchicourt.

-"Cuando llegue el momento, iremos los dos a la puerta grande, y entraremos, atravesando toda la capilla para llevarla al altar. A partir de ese momento, será su turno de actuar... ¿Ya ha asistido a alguna boda??

-"¡Jamás! Le aseguré.?

- Se secó la frente y sonrió ligeramente:

-"Pues bien... ¡hágalo lo mejor que pueda!?

Un monaguillo nos vino a prevenir que el gran momento había llegado: Ganamos la puerta principal los ocho: Esperando que se hiciera el silencio, Monsieur de Fremont-Beauchicourt me describía la escena y me hacía las últimas recomendaciones:

-"Daniel ya está en su sitio: a partir de que los músicos empiecen, iremos hasta donde esta él, y yo la dejaré ahí. Camine suave y dignamente: mire hacia delante, incluso si no ve nada yo la guiaré. Le entrego su pequeño misal para los rezos, Daniel le indicará las páginas. En el interior está el programa de la ceremonia. ¡Ah! y otra cosa... por supuesto, no olvide responder "Si? cuando sea necesario... ¡Ánimo...!?

- Súbitamente la música se hizo oír, las damas que sostenían mi cola, mi padre y yo nos pusimos en marcha. No me podía imaginar el magnifico decorado de esta capilla, donde la voz de Bossuet (1) había resonado poderosamente hacía siglos, y me preguntaba durante fracciones de segundo lo que yo hacia ahí, bajo las miradas que pesaban sobre mí y que no me habrían impresionado más, si fueran las de Luís XIV y las de toda su corte. Pero esa duda se disipó muy pronto: todo estaba en marcha y yo estaba obligada a continuar.

Pronto me encontré junto a Daniel, quién puso su mano sobre la mía para tranquilizarme. No recuerdo bien la ceremonia, no me atreví a mirar nada, ni de lado ni de frente, ni siquiera al cura; solamente sé que hubo alternancias de rezo y de música, y que debimos pararnos y sentarnos... En fin, llegó el momento temido del intercambio de consentimientos...

Escuché la frase que debía repetir sin llegar a convencerme que era yo la que debía pronunciarla...y permanecí muda...hasta que se empezaron a oír cuchicheos entre la audiencia...Daniel me pellizcó ligeramente el dorso de la mano, y regresé a mi papel, con gran relajamiento de todos. ¡Listo!: estaba casada con Daniel, sin poderlo creer.

Daniel tomó el anillo destinado a mí y me lo puso, pero el anillo me quedó muy flojo. Seguramente Marie-Odile tenía los dedos muy gordos, además del resto... Discretamente, lo probó sobre el índice y luego en el cordial sólo en éste, el anillo consintió a quedarse en su lugar; desde luego, habría quedado mucho mejor en el pulgar pero ya no nos atrevimos a agregar otra singularidad a estas nupcias, de por si bastante excepcionales...

El cura nos sonrió y autorizó a besarnos... Nos invadió el pánico: jamás pensamos en eso... Daniel me miraba, yo lo miraba, el cura nos miraba y la gente empezaba a hablar... El cura que ya había frecuentemente fruncido las cejas durante la ceremonia, nos ordenó en voz baja:

-"Vamos, hijos míos: ¡bésense!?

- Vacilante, Daniel levantó mi velo y permaneció estático por mi apariencia: en su cara podía leerse el estupor mas profundo.

-¡Vamos! Casi rugió el cura, para apresurarlo.

- No habiendo sido nunca besada por nadie, cerré los ojos para no ver la continuación. Supongo que Daniel terminó por acercarse, puesto que sentí sobre mis labios un contacto que me hizo temblar y retroceder enseguida bajo los "flashes?, que sólo habían estado esperando ese instante.

Felizmente, la asistencia se distrajo en ese momento por la irrupción en la capilla de nuestra momia favorita con muletas, que profería improperios inaudibles y sin duda incoherentes, gesticulando y agitando tanto sus instrumentos en nuestra dirección con una evidente intención homicida, que terminó por caer de espaldas y quedar inconciente en el suelo. Daniel se precipitó para arreglar el asunto y desapareció entre la multitud. No lo tuve que esperar más que unos minutos.

?"¿Qué hiciste?? - le pregunté, cuando regresó a su lugar junto a mi. Él bajo la cabeza:

-"Tuve que decir que era un amigo mió quién, enamorado de Marie-Odile, la perseguía con celos... Ahora está a buen resguardo en la sacristía...?

- Iba a preguntarle el nombre de su amigo, cuando cambió la conversación. - ¡Eres magnífica! ¡Eres bella! ¿Sabes...?

- Él estaba soberbio con su traje de época. Yo miraba alrededor de mí: todo el mundo vestido a la moda del siglo XVIII, habríamos podido creernos transportados a aquella época de la que algún privilegiado había dicho, que no se podía saber lo que era la dulzura de vivir sin haberla conocido. Estando el cura en un rincón, atareado con alguna labor sagrada, tuve de pronto la certeza de haberlo visto ya en alguna parte.

-"Sabes Daniel... este cura me parece haberlo visto antes... ¿Quién es?? - le pregunté.

-"Pues es el arzobispo de Paris, ¡Qué!, ¿no lo reconoces?

- Me quedé boquiabierta: ¡si me hubiera imaginado, solamente veinticuatro horas antes, casada en Versalles, a uno de los más brillantes partidos de Francia, y por el Arzobispo de Paris!

- "El Arzobispo de Paris...? - murmuré todavía incrédula

- "Si... El Papa no estaba libre...? - se excusó Daniel con tal seriedad que enseguida comprendí que no bromeaba.

La ceremonia continuó hacia su última fase, en la cual debíamos dejar la capilla acompañados por los músicos del ConcertGebow, en formación reducida, y que habían situado con trabajo en las galerías superiores. Esta vez veía, y podía observar en la mirada de la gente la misma sorpresa que noté en Daniel. No se trataba de una sorpresa hostil o despectiva, no, veía bien que mi imagen no era ridícula a sus ojos, parecían ver a otra persona que aquella que esperaban.

Mientras avanzábamos: aprovechando una sonrisa, le confié mis inquietudes.

-"Daniel, Creo que la gente se dio cuenta de la sustitución...?

-"No, en absoluto: Tu tienes todos los rasgos de Marie-Odile, así maquillada: ¡es un verdadero milagro! Cómo explicarte... ¿Has leído a Anderson? Aunque el patito feo y el bello cisne no eran mas que uno en realidad, tú tienes más del cisne y ella del pato...?

Continuamos sonriendo el uno al otro, y los dos juntos a la multitud que nos abría paso. Esos fueron momentos inolvidables, semejantes a un gran triunfo antiguo. Me habría gustado mucho compartirlos más tiempo con Daniel, pero el fotógrafo oficial llegó para pedirnos posar para las fotos que le habían encomendado.

(1) Jacques-Benigne Bossuet (1627-1704): hombre de iglesia, predicador y escritor

Michèle Anne Roncières, autora y propietaria de este texto, se reserva, salvo acuerdo expreso de su parte, todos los derechos para todos los países y en particular en cuanto a las modificaciones o reescritura, total o parcial, así como para todos formas de difusión y explotación

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